CECUT: Harmónica Vorágine

El Centro de los hijos de Aquilón

Centro

 

El domingo por la noche cuando llegamos al aeropuerto internacional de Tijuana perdí mis palabras, intentar describirla es casi tan inasequible como inicuo porque la estaríamos limitando. Escribo estas líneas pretendiendo dar a entender un poco de mi contexto, puesto que el CECUT (Centro Cultural de Tijuana) es una crónica dinámica y polisémica sobre el lugar en cuestión, un lugar que me ha dejado absorto; espero que este texto incluso me sirva como un primer paso para intentar al menos comprender la superficie de esta cosmopolita.
Comencé por una sección dedicada a una bienal de arte septentrional, estaba compuesta por pinturas, fotografías, un par de proyecciones y esculturas, ahí encontré una adaptación de La joven de la perla, una que jamás se le hubiera ocurrido a Vermeer, un pequeño fragmento pedazo de espacio cubierto de estrellas y un pergamino que servía como el legado de la ascendencia oriental del autor pintado esporádica y sutilmente con tinta china, además le añadió una breve descripción sobre como funciona la memoria.

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Al salir de esta sala repleta de expresiones contemporáneas de los hijos de Aquilón me adentré en una espiral que conduciría a un segundo piso para después descender a través de una segunda espiral que conduce al lobby del lugar, todo este recorrido está dedicado a la exposición de las culturas del norte, exhibición de algunos artefactos y a la narración deductiva de la conformación de Tijuana con todo esto como contexto; conforme deambulas en el sendero puedes aprender sobre los primeros pobladores, la Tijuana de la conquista, evangelización, colonia, revolución, un centro urbano que creció a costa de los que se van y se quedan, una Tijuana que pareciera estar tan lejos de nosotros, hablando de un contexto geográfico-antropológico ellos en Aridoamérica y nosotros en Mesoamérica; estando allí intenté comprender una parte de la historia de nuestro país que había pasado desapercibida ante mis ojos, el monólogo boreal resbaló por mi alma tan lento como las torres en hora pico, dejándome sentir al menos desde mi perspectiva su historia como mía, en toda esa sala me llené de Tijuana y la hice mía.

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La última sala que tuve la oportunidad de visitar fue una donde se exponían piezas fotográficas del célebre Pedro Valtierra, encontrármelo ahí de entre todos los lugares me hizo llegar a una de las catarsis más interesantes que he experimentado, Valtierra, un fotógrafo que dedicó su vida a ser un captor errante de todo lo fotosensible, con solo su cámara, rollos, lentes y una alma que siempre iba de lugar en lugar con la impresión de obtener algo mejor en su siguiente parada, lo curioso es que entre tanto movimiento fue construyendo un patrimonio fijo; lo que me llevó a pensar que su vida podría asemejarse a la de Tijuana como concepto, la construcción de algo estático mediante lo dinámico, de una soledad colaborativa y una aspiración tan lejana como cercana.

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Al final de cuentas, el CECUT es un pequeño espacio que consigue un aspecto aparentemente harmónico entre una indiferente vorágine que reina en Tijuana, lo curioso sobre este lugar es que aún estando dentro él puedes percibir el caos exterior y esto creo se debe a que esa distonía fue la que construyó el Centro Cultural de Tijuana y la ciudad en primer lugar, este es un sitio que no puede separarse de su caótica cuna o donde exista un pedazo de tierra que no esté tatuada con ese congelado dinamismo característico de la frontera, porque un Centro Cultural ubicado donde “comienza la nación” es la máxima expresión de sincretismo cambalacheado de un lado del muro al otro.

 

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