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Prostitución de la psicología

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Hasta ese momento Valeria y yo éramos extraños. Ambos compartíamos una banca en la sala de espera de un hospital regional, ambos por un trámite burocrático, pero, de distinta naturaleza. Con el sistema que siempre se cae, el mejor camino para abatir el tedio, precedido de una sonrisa accidental, era charlar. Después de eso, la pregunta de auxilio de siempre, “¿entonces eres psicólogo?”. Y, ante la confirmación, y el silencio largo y reflexivo, el terror.
Unos meses atrás, Valeria había sido enviada a consulta luego de que sus padres se separaran. Luego de tres visitas, se dice totalmente frustrada, tanto más que cuando inicio el tratamiento. Su madre había decidido que le correspondía estar en cada una de las sesiones de su hija. “¿Eso es normal?”, pregunta, pues su madre no dejaba de interrumpir a cada rato y ser ella la que se quejara amargamente del inútil de su padre, contestando las preguntas que eran para ella.
Por si eso no fuera ya lo suficientemente malo, el terapeuta un buen día se hartó de las visitas de la joven y su quejosa madre, y como receta final le dijo, “mire señora, lo que usted debería hacer es ponerse a dieta para que su marido no la deje. Mírese, está hecha una vaca”. Mi quejada fue a dar al suelo.
Historias como la de Valeria se cuentan por racimos; leyendas urbanas que parecen sacadas de la peor de la comedias. Sin embargo, encontrar relatos de esta naturaleza nos hacen reflexionar la serie de factores que propicien una de estas consultas tan disparatadas. Sabemos que su lugar lo deben al nepotismo, o una de tantas practicas burocráticas ancestrales. Lo que no sabemos es, que hizo que llegara a ese sitio con un criterio tan limitado, y ausencia de sentido humano y profesional.
La primera idea que viene a nuestra cabeza es que estamos ya ante los primeros albores de la educación mercantilista, y para explicarlo nos dimos a la tarea de entrevistar a una serie de personajes inmiscuidos en la salud profesional: alumnos, catedráticos y directivos.
Por principio de cuentas es de resaltar que en el Estado de México solo hay una opción publica para estudiar la carrera de psicología ofertada por la UAEM. Luce insuficiente para una población de poco más de 17 millones de habitantes. Por supuesto que el panorama es el mismo para todas las licenciaturas, sin embargo, sobre el área de la salud mental, pesa un estigma, que es una carrera “fácil”, y esto abarrota las aulas de gente para quien esta significo la última opción y la más cómoda.
Para corroborar esto, decidimos elegir aleatoriamente un municipio de la zona conurbada, y encontramos un fenómeno interesante. De una población de 120000 habitantes, el sitio cuanta con 9 universidades privadas que dan abasto a aquellos que no tuvieron la oportunidad de entrar a la universidad del estado. Por desgracia, cuando intentamos indagar, detectamos que de las nueve, solo 8 escuelas estaban dadas de alta en el registro de escuelas privadas. Peor aún, cuando visitamos los lugares, encontramos que estas estaban situadas en apartamentos particulares, locales comerciales o en el mejor de los casos compartían espacio con escuelas de menor grado y e fines de semana.
De las 9 escuelas, las nueve ofertaban la carrera de psicología y derecho. Pareciera que el ánimo del país vuelve redituables estas dos carreras. Además de lo ya mencionado respecto a la psicología.
Al respecto, la Mtra. En Psic. Claudia Gisella Salazar Torres, directora de la licenciatura en psicología por el IUEM, cometa que desde su punto de vista “el panorama de la psicología en el Estado de México es oscuro por que la carrera se oferta indiscriminadamente por instituciones sin regulación ni condiciones, además de que los planes de estudios no son debidamente revisados, y esto es fundamental, particularmente en una disciplina que trata directamente con la salud emocional del ser humano”.
A este respecto, Alan C. P., estudiante del noveno semestre de la licenciatura en psicología por la UAEM, lamenta que en el estado la psicología se esté “prostituyendo” con planes de estudios sabatinos y pocas horas de trabajo teórico y practico. Y, aunque reconoce la zozobra de varios de sus compañeros que desdeñan egresados de escuelas que no sea la del estado, dice que son más los charlatanes que estas escuelas están arrojando a las calles haciéndole creer a la sociedad que eso es hacer psicología, y como ejemplo pone los socorridos grupos de couching.
Una declaración recurrente entre los entrevistados, es que la mayoría de estudiantes de la licenciatura llegan a las aulas de clases con la intención primigenia de resolver conflictos personales, más allá del interés genuino de cursar la carrera y aportar a la misma. Esto nos da un panorama un tanto desalentador sobre lo que pasa dentro de las aulas de clase, y aunque sigue siendo errado el estigma que dice, “luego los psicólogos están más locos que el paciente”, ninguno de ellos ve lejana ni descabellada la idea de anteponer un filtro para cursar una licenciatura de tal trascendencia.
En este sentido, Angiee G. J., estudiante de tercer semestre de por el IUEM, ve con tristeza su experiencia en una consultorio regional: cuando su terapeuta asignada para observación en la licenciatura perdió el control en plena sesión y regaño a su paciente con signos de retraso mental, pidiéndole que se comportara frente a la observadora, “creo que debió saber que eso podía pasar, que hay pacientes que no pueden ser observados, no sé, soy nueva, pero creo que hizo mal, debió pedirme que saliera antes”, confiesa con ciertas risas nerviosas.
Observaciones de este tipo son indispensables para cualquier carrera universitaria en aras de crecimiento. Sin embargo, para una licenciatura que al igual que la medicina trabaja con la salud del paciente, suena urgente su revisión. Particularmente en un estado que figura dentro de los 5 más violentos del país. Cierto es que muchas escuelas privadas están haciendo las cosas bien, pero muchas otras no.
Mejor, en una disciplina relativamente nueva y con fuertes rezagos teóricos y que son meramente interpretativos, la crítica le viene bien para comenzar a limpiar el sótano y acomodar las gavetas. Casos como el de Valeria y el de su madre, por alarmantes y graciosos, son tristemente cada vez más comunes y en la omisión llevamos la condena, solo hay que echarle un ojito a la casa.