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Tijuana Makes Me Happy

La reina del oxímoron, el kitsch y el sincretismo. 

Frontera

 Desde hace mucho tiempo quería conocer Tijuana, oler la avenida de la revolución, rozar su pavimento, quemarme con su sol, beber su agua y tocar su polvo, quería danzar con su viento y observar esa temida frontera.
Sé que la conocí por la música de mi infancia, por Nortec Collective y Manu Chao, crecí por ejemplo teniendo versos como “Bienvenida a Tijuana,
Bienvenida tu pena”, el clásico “Some people call it the happiest place on earth, others say it’s a dangerous place, it has been the city of sin, but you know I don’t care…” o “La suerte viene, La suerte se va, Por la frontera”.
Desde morrillo (aún más morro de lo que soy ahora) fui imaginándome ese lugar, su gente, su mirar, sus colores y olores, sus ruidos, imaginaba un lugar construido por el anhelo de los que se fueron y el dolor de los que se quedaron, una ciudad donde vale más el paso que la residencia, el monólogo de todas las voces que no pudieron salir, porque Tijuana para mi, llevaba la construcción de toda una vida en mi cabeza, justo como Virginia Woolf escribiría en “Las Olas”
“No soy una sola persona; soy muchas personas; ni siquiera sé quién soy”
Pero sin el talento o las voces de Woolf, yo solo me quedaba con lo más cercano a un destierro interno, a estar parado en calles donde jamás había posado mis pies mirando una increíble cantidad de rostros, intentando comprenderles, pero solo me quedaba sentir y en esa proyección mental que se reproducía a la par de el álbum de Manu “Clandestino” me quedaba sentir, navegar entre una marejada melancólica que no comprendería, porque para empezar yo no era ellos, podía construir sus rostros dentro de mi psyché, tejerles historias y llorar a su lado pero por más que quería entenderlos jamás sabría por lo que habrían pasado porque yo no lo he vivido y francamente creo que jamás lo haré; mis ojos, tanto atónitos como llanos se quedaban dilatados al percatarse de que yo estaba en Toluca y ellos allá, (sé lo lerdo que eso puede llegar a sonar) pero me sorprendía porque Tijuana se me hacía tan familiar, todo su ambiente, contexto y metatexto me eran propios, volviendo al punto, llegué a la evidente conclusión de que estaba lejos de entenderla porque ni siquiera estaba ahí, estaba en mi casa, en el centro del país, separado por 2000 kilómetros que me alejaban de toda esa tristeza.
Así pasaron los pocos años que he habitado este planeta, lleno de cosas que no comprendo, lugares que no he pisado, colores que me he perdido, risas que me he evitado, ofensas que pude no haber cometido, de idas y venidas, atardeceres que morían lento y amaneceres de fugaz brote, labios de nicotina, despedidas omitidas, arribos impuntuales, segundos lentos y minutos efímeros; en todos esos años jamás me dejó esa pintura mental tan dinámica pero estática de abandono, color, llanto y risas, de melancolía hecha arquitectura y dolor hecho un muro que significaba Tijuana para mi, justo como pensaba en todo esto mi distante acercamiento con dicho lugar me pedía ir, plantarme en sus calles y aunque no lo entendiera solo estar.
Por eso, este año, cuando bajé del avión el primer sitio a donde me desplacé fue la frontera, en específico la parte de playas, ahí mi apariencia intacta en mi pedazos se terminó de quebrar tras tanto tiempo de espera, mientras que pasaba mi mano sobre el caliente fierro que compone el muro y leía los mensajes escritos por los que se quedaron, cosas escritas con dedos trepidantes, por ejemplo un pequeño lema que iba algo así como: “La vida es un ring y venimos a luchar” sobre el pecho de un luchador que se beneficiaba de la perspectiva para completarse, o las palabras: “Ni siquiera el muro hace que te deje de extrañar”, el trabajo de unos niños de primaria que había sido colocado sobre el muro que con tan solo 12 letras y papel craft me asestaron un golpe crítico a mi garganta, robándome el habla, dejándome boquiabierto frente a su simple mensaje.
“Eres mi otro yo”, un lamento me sacó de ese limbo, un fino y quebrado quejido que identifiqué con un poco de dificultad, había sido emitido por un hombre de mediana edad frente al muro, oculto entre el óxido y marchitas plantas, solo observé como se derretían sus ojos en lágrimas, sus manos se apretaban y como parecía pedirle perdón a alguien del otro lado.
Ahí fue cuando todo regresó a mí, mi viaje tenía un sentido que no había esperado, el de solo sentir. Observar ya había pasado a segundo plano, ahora solo sentía, retenía los momentos lo suficiente como para sentirlos e iba de estímulo en estímulo, pensé que sería una caída libre, un salto desde lo alto de un precipicio a un frío estanque donde finalmente podría dejar esa parte de mi imaginación puesto que ya había conectado mi imaginario con la realidad, pero fue más una montaña rusa, lo que creo se retrata de la mejor manera con lo que sucedió a continuación tras haber observado a esa silueta de óxido y polvo, mi atención fue llamada por unas risas fuertes y seguras pero con el tatuaje de la aflicción que lleva todo Tijuana, eran un par de señoras que reían acariciando los barrotes y por un momento, solo por ese lapso, la frontera desapareció, ni el acero, el alambre, el calor o los policías de ambos lados fueron lo suficiente como para evitar que ese tañido proveniente de las más desgarradas gargantas cruzaran de un lado a otro y cuando cesó, el metal resucitó, los remaches se fundieron, el alambre crujió, la frontera regresó.
Oh, mi quebrada Tijuana, donde Jesús no pudo haber caminado descalzo, mi Tijuana donde solo los Cristos de asfalto y los Cristos con más espinas que gloria permanecen como el último recuerdo de fe, mi Tijuana que le llora a los que se van y abraza a los que se quedan, cual Coatlicue que lamenta a sus hijos ante una conquista inevitable, pero esta Coatlicue no ha sufrido solo una noche, se derrama cada día por todos sus hijos que no puede cuidar, se pierde en un intento tan fútil como el de tratar que los granos de arena dejen de resbalar dentro de su reloj.
Mi amada Tijuana, la Pachamama de todos los migrantes, tan llena como vacía, tan veloz y lenta, la reina del oxímoron, del kitsch y el sincretismo.
Así, recorrí sus calles, olí la avenida de la revolución, rocé su pavimento, me quemé con su sol, bebí su agua y toqué su polvo, dancé con su viento y observé esa temida frontera.
Al final de esto, me di cuenta de algo sobre mi, había creído que necesitaba conocerla para dejarla, que necesitaba conciliar mi percepción con su verdad para poder por fin dejar de pensarle, pero me equivoqué, porque de cierta forma Tijuana me llama tanto la atención porque desde que la conozco ha delineado mi corazón, porque de cierta manera yo soy Tijuana.

Puente

Noche

Centro