A • Tecnológica

Instagram y los paisajes.

tips instagram
 
Abres Instagram. Aparece una influencer en un lugar remoto de Indonesia. En una semana (o menos), el apartado de imágenes para explorar muestra infinidad de fotografías tomadas en el mismo lugar, con idéntico encuadre. ¿Qué ha pasado? ¿De pronto han huido todos a ese lugar que hasta hace unos días no sabías que existía? ¿Habrán salido corriendo a hacerse la misma foto o hay algo que todo el mundo sabe menos tú?
 
Ya no solo hay países de moda. Hay lugares de moda y, sobre todo, fotos de moda. Para bien o para mal, Instagram, la red social más estética, está cambiando la forma de relacionarnos con los lugares, la manera de diseñar espacios. También nos está condicionando al elegir lugares, tanto destinos turísticos como bares en los que tomar el smoothie más bonito o el aguacate más fotogénico.
 
Como profesor de antropología en la Universidad Miguel Hernández de Elche y experto en turismo, Antonio Miguel Nogués acude a Debord, a Bourdieu y a Veblen para explicar el porqué de estos comportamientos.Ya se les había buscado explicación antes de Instagram. No obstante, las redes sociales han fomentado y han llevado más lejos ciertos fenómenos. «Lo cierto es que creo que todo lo que ocurre es una extensión de la premisa de Debord sobre la sociedad del espectáculo: una sociedad en la que las relaciones sociales están medidas por imágenes», explica Nogués a Yorokobu.En los últimos años agencias de viaje que permiten enviar peluches como sustitutos de personas que no se pueden desplazar. En Japón, donde no es extraño que seres inanimados remplacen a personas para evadir la soledad, existe Unagi, una agencia que permite enviar peluches de viaje y seguir sus aventuras mediante foto o vídeo.
 
Sonoe, la responsable de Unagi, explicó a Yorokobu en otro reportaje que, tras hacer una anguila de peluche, sus amigos tomaron por costumbre llevarla de viaje por el mundo. «Mientras yo estoy en Tokio, mi anguila está de viaje. Así descubro el mundo a través de ella», dijo.
 
Lo que ocurre hoy, con la influencia de Instagram y otras redes sociales, es que la temporalidad del viaje ha cambiado. Antes se contaba en pasado, al regresar, que es como se sigue contando en la vida real. La excepción era la correspondencia, pero igualmente tardaba en llegar: pronto se convertía en pasado.
 
En el mundo virtual, en cambio, el viaje se cuenta en presente, en la mayoría de los casos. La proliferación de herramientas como las historias de Instagram y Facebook, que permiten la retransmisión en directo y que desaparecen en 24 horas, han impulsado definitivamente esa inmediatez de la narración del periplo y han permitido que cada vez sea más fácil desplazarse junto a otras personas sin levantarse del sofá.
 
El algoritmo de Instagram promueve el selfi por encima de la foto de paisaje. Esas imágenes en las que aparecen estilismos siempre pensados para la foto tienen una razón de ser muy alejada de la mera obsesión narcisista que se suele atribuir a los selfis. Instagram está cambiando nuestra relación con los lugares y el concepto de belleza al definir lo que es instagrameable frente a lo que no lo es. De sus usuarios depende ahora quedarse en la mera estética, falsa y vacía, o dar más importancia a la apariencia sin dejar que el continente eclipse el contenido. Si el mundo se convierte en un decorado homogéneo para hacerse fotos o no, es algo que no dependerá solo de Instagram.
 
FuUZqSZ994Oh1oQC4zUOuHnRWRfAO7hlwiw WE8su2s
 
Fuente: Foro Económico Mundial