Hace un par de años, me embarqué en un viaje hacia el norte, crucé el desierto de México a bordo de un autobús. Fue en ese momento fascinante, cuando todo el espacio se transforma en dianoche, que el camión detuvo su andar: soldados abordaron la unidad y nos pidieron salir: una revisión de rutina, a la cual ya me estaba habituando después de un mes de recorrer las rectas carreteras del norte: buscaban a migrantes centroamericanos y, en cada registro detenían a varios (sueños rotos), pero esa es otra historia, historia de fronteras impuestas por el hombre civilizado, historia que deberá contarse en otro espacio porque ahora quiero contarles mi encuentro con el desierto: justo ese instante dianoche. Mientras la revisión transcurría yo me embebí del silencio, de la luz agonizante, del frío, de las estrellas sigilosamente bordando el cielo, del viento susurrando la nada y el todo. Esos minutos de eternidad no me soltaron, el diálogo con el desierto me habitó todo el viaje. Llegué a Chihuahua en la madrugada, el transporte hacia Casas Grandes saldría en tan solo unas horas, así que decidí permanecer en la terminal. La meta de este viaje estaba cada vez más cerca.

Había leído sobre Paquimé y el saber de la existencia de una maravillosa ciudad en pleno desierto despertó mi curiosidad, debía ver con mis propios ojos los vestigios de una de las grandes culturas de Oasisamérica, los Hohokam. Sí, escucharon bien Oasisamérica, el oasis en el desierto, el lugar de llegada de pueblos nómadas. Quizá no sea la primera vez que oyen sobre esta región, pero, si es el caso contrario, es probable que muchas preguntas surjan al respecto y para contestarlas me veo en la necesidad de platicarles primero qué es Mesoamérica.

La explicación más sencilla y práctica para esclarecer el término Mesoamérica sea la siguiente: Una región geográfico cultural que comprende desde el Trópico de Cáncer hasta el actual territorio de Costa Rica, en donde se desarrollaron grandes civilizaciones. Al principio esta definición podría ayudarnos a contestar nuestro examen de historia, pero no a comprender a profundidad su esencia. Entonces, ¿por dónde comenzar?

Me gusta pensar Mesoamérica como una gran interconexión neuronal, donde la información va y viene por caminos bien delimitados; conexión neuronal que se extiende hasta el estómago y el corazón, todo un sistema de enlaces vivos, vínculos fuertes; relaciones que se debilitan con el tiempo… neuronas que mueren. Sí, Mesoamérica fue/es una región palpitante, cuyas fronteras no estuvieron fijas (ahora sí), fluctuaron con el ir y venir del tiempo, se extendían y se contraían… respiraban. Y utilizo la palabra frontera sin la carga política actual donde se necesita un pasaporte y una visa para cruzar, fronteras sin boyas sobre el río… No, la frontera aquí es el límite cultural-sedentario con Aridoamérica, la región más desértica habitada por pueblos nómadas, cuyos pasos se interconectaban económicamente con los pueblos mesoamericanos.

Son las palabras de López Austin en su maravilloso libro Los mitos del tlacuache las que nos dan luz para comprender esta gran región: en primera instancia debemos comprender que Mesoamérica es el resultado de una interacción milenaria de sociedades vinculadas entre sí, en otras palabras, es una misma cultura con sus variantes tempo espaciales, cuya cosmovisión es parte del todo… una serie de rasgos culturales. Mesoamérica es un conjunto de culturas que comparten una conciencia histórica gracias a las relaciones tejidas con el tiempo; nexos económicos, religiosos, políticos e incluso bélicos.

Cabe mencionar que dichas relaciones fueron completamente asimétricas, esto es de dominación y subordinación, cuyo ejemplo claro es el pueblo mexica… ay, me estoy adelantando en la película y yo prometí explicar qué es Oasisamérica y apenas estamos adentrarnos a Mesoamérica y también mencioné Aridoamérica y los conceptos se juntan y el espaciotiempo se reduce, mas nuestro camino a la raíz continuará en breve.