Hace unas semanas fue la primera vez que visité Estados Unidos durante su administración presidencial actual. Antes de pasar por aduanas eliminé todos los memes obscenos con Trump como protagonista: iba preparado para la guerra. Pero la guerra que encontré era muy diferente a la esperada, y el frente enemigo no estaba precisamente en el gabacho, sino en mi propio país.

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Llegué buscando enemigos, y terminé digiriendo una serie de revelaciones desgarradoras y traumatizantes, a altas horas de la madrugada, mientras analizaba el contenido de los canales de televisión para hispanoparlantes que transmitían en el hotel.

El malviaje: La Rosa de Guadalupe toda la madrugada, recalentados de RBD conduciendo fiebre y desesperación, los chistes pendejísimos de La Hora Pico, Carmen Salinas diciendo ‘mijito’, y lo más cercano que tenemos a un Capitán Latinoamérica, Chespirito. Esa programación es para el cerebro lo que la necrosis es para la piel.

Y lo peor de todo es que la exportación mediática de Televisa no se detiene en la televisión. En las librerías gringas, por ejemplo, el único exponente de la literatura mexicana que está por todas partes es Octavio Pus, digo Paz, el mismo que canonizó la idea del mexicano como un hijo de la chingada, el que apoyaba la intervención militar para detener a los zapatistas, el que cerraba los espacios a escritores emergentes cuando se le daba la gana. El orgullo de papi Azcárraga o, en otras palabras, el predicador literario de los valores de Televisa.

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Una guerra más visible y actual se está librando en nuestro propio país: la guerra mediática. Donde sigue existiendo, después de tantos años, una cultura oficial convenciéndonos de que sólo podemos aspirar a ser una mierda como los protagonistas de nuestras comedias: mierda clasista, machista, de segunda categoría, ignorante, agachada, temerosa ante el castigo del dios televisivo.

La idea de que la televisión es un reflejo de la cultura, en este caso, está invertida: nuestra cultura es un reflejo de la televisión.

Para luchar contra esto, en primera, hay que poner atención a lo que se ha producido siempre al margen de la “cultura oficial”: leer a Gloria Anzaldúa o a Mario Santiago Papasquiaroen vez de (o además de) a Paz, escuchar a Size o a Las Ultrasónicas (jaja) en vez de a Molotov o a Zoé, ver una película de Nicolás Pereda en vez de acariciarle la cartera a Carlos Cuarón, fumarse el trabajo de artistas como Pola Weiss o Rafael Lozano Hemmer, ir a la fiesta local de punk o rock o reggaetón o cumbia o pornogore y conocer el “arte” a empujones, caguamas y perreos, etcétera, etcétera, etcétera.

Podemos intentar destruir Televisa,

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Pero muy probablemente no logremos nada. Además, atacar directamente al enemigo es una manera de buscar su reconocimiento, y no queremos eso.

Más bien, trabajemos en la contraproducción. Si Televisa es el insecto reina, la única forma de destituirlo sería creando millones de otros insectos hasta que el primero, a pesar de su tamaño, se vuelva inútil. La producción alterna de cultura e identidades es el camino para deslegitimizar a la cultura dominante. Algo así como el shitposting. O como las producciones de bajo presupuesto invadiendo el mercado:

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Pónganse al tiro: hay que unirnos al grupo local de shitposting y tirarle mierda a la cultura para crear una nueva, armar una banda de punk y decirle que no a todo, escribirle una mentada de madre a toda la raza que nos caga y leerla en un encuentro de poetas, hacerse unos memes bien podridos que lastimen al internet, piratearse los peores capítulos de la Rosa de Guadalupe para burlarse y aprender del enemigo. Destruir a la cultura con el poder de no verla.

ELLOS TIENEN TELEVISIÓN, PERO TÚ TIENES VISIÓN