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Burocracia cultural: cáncer en el arte

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‘Daniel Montovani’, es un escritor ficticio que ha criticado duramente su tierra natal desde Barcelona, España, ciudad donde se refugia después de ganar y criticar al mismo tiempo a la academia del premio nobel. Sin embargo, un buen día, el personaje del actor Carlos Martínez, recibe la invitación del alcalde de Salas para ser homenajeado como a celebridad literaria que ahora es, y de paso participar en algunos actos protocolarios de su municipio en Argentina.

De pronto ‘Montovani’, se encuentra medio de un bonche de cuadros y una decisión difícil: elegir a los tres mejores pintores de Salas. Para el escritor casi todo es relativamente basura, entonces elige de entre los tres los menos malos. En un segundo vistazo, antes de desechar el resto, nota que uno de los rechazados está pintado al reverso de una publicidad, hecho que para el premio nobel significa un acto de protesta, y por consecuencia, reconsidera la decisión y le entrega el primer lugar.

Al final, la junta decidió que el podio le pertenece a al esposa de un funcionario de Salas y un a maestro de la elite del pueblo, echando por suelo lo estipulado por el artista otrora exiliado. Y claro, con ello, un sinfín de problemas para el literato que harán de esta cinta una invitación a la reflexión para todo aquel ocupado e interesado en la cultura y el arte.

Aunque en un principio las exigencias melodramáticas nos hagan creer que Salas es un espacio ficticio alejado de nuestra realidad, basta con prestarle unos minutos a la reflexión para enterarnos de que esto no es así. Sin embargo, lo que realmente preocupa es que es un problema aun invisible con repercusiones incomprendidas. Primero, por que a pocos les importa y después, por que a quienes les importa no están interesados en señalarlo.

Cuando la película, ‘El ciudadano ilustre’ avanza, el alcalde de Salas busca conciliar con ‘Daniel’ para hacerle entender que debe anteponer su imagen publica al arte. Ya en la premiación, ‘Montovani’ tiene un arranque ira y despotrica contra todos, saliendo del lugar entre huevazos y jitomatazos.

Hasta ese momento, el publico de la cinta lo pasaba bien, ignorante de que tras bambalinas se había pasado por encima de la voz del artista. En teoría, fue el artista, el escritor, el que arruino la presentación; la convivencia del pueblo de Salas. Pero, ¿importa esto?, ¿es relevante que el sujeto común camine por el mundo con ojos vendados ante el arte? Más importante aún, ¿Dónde y para qué sirve el arte?

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En una retorica muchas veces forzada, se dice que el arte no sirve para nada. Claro, lo decía Rimbaud en un sentido poético. Pero, más allá de las palabras del poeta, el arte sirve para comprender el mundo, por ejemplo de aquellos errores histórico. En el arte se alberga el conocimiento humano y los arquetipos que le dan tono a nuestra actualidad. ¿y donde esta refugiado el arte?: En la cultura.

La cultura pues, viene siendo todo aquello no material que nos rodea, aquellas expresiones humanas con las que convivimos días a día, y es a través de la cultura que se convive con el arte. Para ponerlo en un sentido práctico, tenemos en un lado un libro para iluminar y en la otra una caja de crayones. El libro es la sociedad, los crayones la cultura y lo que resulte de su interacción, será arte.

Entonces, ¿Por qué si en apariencia el arte nos rodea, y nos encontramos reconociendo en un sentido casi inconsciente, ‘Para Elisa’, ‘La Monalisa’ o alguna frase de Shakespeare, porque las expresiones artísticas nos son tan ajenas e irrelevantes?

Si tomamos en cuenta lo dicho por Avelina Lisper: “si el arte se tiene que explicar, entonces no es arte”, resulta sencillo tal vez entender que la problemático es mucho más simple, ¿no? Bien, ¿Si el arte no debe ser explicado para comprenderse, simplemente hay que acercarse a él, cierto? Hablamos entonces del caldo de cultivo de cada cual, de cada sociedad: no es lo mismo crecer escuchando reguetón o viendo narconovelas, que escuchando folk acústico y con la cartelera del mejor teatro del mundo. Sí, las comparaciones son desastrosas, pero muchas veces necesarias.

La cuestión es que, a pesar de que el individuo es el responsable de lo que escucha y ve, también es cierto que el estado es el responsable de establecer puentes que acerquen al individuo a esas expresiones culturales y artísticas.

Pensemos pues en una feria del libro regional. La cultura se ha convertido en una suerte deambulatoria y meramente casual. Tomando en cuenta los impresionantes frenos educativos e institucionales de nuestro país, y particularmente del estado, podemos suponer que no hay espacio para la cultura en las aulas y en espacios públicos. Por eso hay que pensar en un evento de carácter obligatorio.

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Retomemos. Seguramente ha visto usted alguna feria del libro regional. Con sus sillas, sus estantes de libros y sus números culturales, donde se habla de todo, menos de libros. Donde los números que se presentan son: payasos, cantantes de karaoke, comediantes, magos, niñas bailando alguna danza árabe o incluso alguna clase de zumba. Si ha tenido usted la oportunidad de ver algún evento de este tipo, habrá notado que los asistentes se marchan con un gesto amable y tal vez con una que otra sonrisa. Por desgracia el objeto de esas ferias culturales no es ese, sino acercar a las personas a los textos, provocar en ellos el placer por la lectura, principalmente en un país donde se lee medio libro en promedio por persona.  

¿Qué tiene que pasar para que una feria del libro municipal salga tan mal y a nadie le importe? No dimos a la tarea de entrevistar a la directora de cultura de un municipio del sur del estado para saber la logística en este tipo de eventos, y aunque por las épocas electorales se negó en un principio, accedió a tener una charla informal.

Por principio de cuentas, tenemos que los eventos culturales no son diseñados ni re-evaluados por cada administración, más bien se sigue un especie de protocolos heredados año con año, y con ellos vicios nocivos para el peregrinar de la cultura y el arte.

Podría pensarse que la persona, el titular de cultura en cada municipalia, estaría al pendiente de todo en cuento a su puesto exige. Sin embargo, con un nivel educacional peligrosamente bajo  nivel nacional, y los puesto asignados más bien por fuerza de garganta y sudor en las campañas electorales, y no por competencia en cada área, nos encontramos con que la cabeza de dichos sectores no tienen ni remota idea de lo que hay que hacer.

Esto provoca que para armar una feria del libro se traigan promotores de librerías que en su mayoría solo venden literatura basura, que no se presentan ni se promueva la obra de artistas nacionales ni regionales, y que si el caso da de suerte de algún creador, muchas veces este es un entusiasta más que un conocedor del área. Un evento meramente burocrático  cuyo único objetivo es cumplir con la fotocracia que exige el puesto.

Por desgracia el asunto no para ahí. Y para continuar, retomaremos un fragmento de la cinta ‘Wiplash’. Después de que ‘Terence Flecher’ (J.K. Simons), un profesor de violento y obstinado de jazz, provocara que ‘Andrew Neiman’ (Miles Teller) tuviera un accidente automovilístico por el nivel de exigencia en la batería en una big bang jazz, el joven deja la música por un tiempo.

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Un par de meses después se reencuentran y en la charla, cuenta para él la anécdota de Joe Jones lanzándole un plato a Charlie Parker, después de conseguir una audición y hacerlo mal. Cuenta que el considerado mejor jazzista de la historia, volvió un año después y toca el mejor solo de todos los tiempos. Para el personaje de esta obra maestra, si Joe Jones hubiera dicho a Charlie, “está bien”, no habría nacido el genio que ahora conocemos. En síntesis, la película nominada al Oscar, lanza una denuncia de cómo, la falta de crítica, de legitimar la obra de un artista, provoca que, en este caso, el jazz este muriendo.  

La consecuencia lógica de eventos culturales sin alma, es el ataviarlos de artistas, si merecen el título, sin alma también. No solo en las regidurías y direcciones municipales escuchamos el siguiente termino: “catalogo de artistas”, lo escuchamos también en casas de cultura regionales. Los grandes festivales abren convocatoria cuando un evento se aproxima, pasando por un proceso de análisis y critica que legitima la obra. Esto por supuesto no es una suerte de menosprecio, sencillamente debe ser el trabajo del artista, un trabajo consciente, razonado y que además conmueva.

Es creencia del artista que pretende enseñar a otros, que si la inspiración le encuentra, debe sorprenderlo trabajando.

Si, esto sucede en grandes escalas. Sin embargo, en estructuras menos complejas y que como dijimos ya, su objetivo es un tan más banal, el arte no se procura. Se abre la puerta mayormente a personajes amantes del cliché y no de la emoción y la cognición. En ese sentido tenemos artistas de relaciones públicas cuyo único mérito es estrechar manos y recorrer oficinas tras oficinas, o peor aún, editoriales abarrotadas de textos pseudo feministas cual único merito es la protesta estéril.

Un circulo vicioso que aunque a nadie importa es urgente atender. Todas aquellas grandes omisiones del sistema educacional y gubernamental pueden ser subsanadas a través del arte y la cultura. El arte no muere, como necesidad, es inherente a la raza humana. Y tal vez como dice Rimbaud, no sirve para nada, pero, como ayuda.

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