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El Cantar de los Mudos/El Juego de las Suposiciones
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- Category: A • Experimental
- Published: 11 Marzo 2015
- Por Redacción
Miguel García Conejo
Supongamos.
Supongamos que eres un ser humano, no sólo fisiológicamente sino enteramente en la frase "un ser humano". Supongamos que te sabes realmente vivo, completo. Etéreo. En algunas ocasiones, pleno, distante de los otros, olvidas el principio efímero de tu existencia.
Supongamos que sonríes, en verdad eres cien por ciento feliz. Supongamos que eres la envidia de los otros (te miran y agachan la mirada) hoy no hace falta mostrar tu sonrisa acartonada, impuesta por años de vana actuación. Supongamos que este día no pretendes ser feliz, lo eres.
Supongamos que amas y te aman, has entrado en esa envidiable transacción de la vida en la que das amor a cambio de amor, en el mercado de las caricias, los besos, el llanto de alegría, el conteo de las lágrimas cuando ese ser no está, en el intercambio de alientos mientras se hace el amor. En los no me olvides cuando te levantas de la cama.
Supongamos que tu vida tiene la métrica perfecta, eres la envidia de Góngora, cuentas los días, producto del goce estético que vives. Creación y disfrute de la belleza que te ha regalado Dios. Supongamos que crees en Dios y él cree en ti.
Supón que el silencio no está perpetrado en tu mirada, supón que tu voz no es el eco que se pierde entre las palabras de amor no dichas.
Supongamos que hoy no juegas a quemar tu mano en una braza ardiente para sentirte vivo, ni a estrellar tu cara contra el muro en busca de un dolor así de grande que te despierte de la pesadilla en la que vives.
Supongamos que no despiertas llorando sin saber por qué, no ahogas gritos olvidados de tu infancia, no lames tu propia sangre buscando encontrarle sabor a tu vida.
Supongamos que no entregaste tu existencia a la búsqueda de un estilo de vida, ese que se acomodaba mejor a tu vacío, un trabajo de porquería propio de un ganapán a sueldo, un autómata de la rutina en la que ganabas muchos pesos a cambio de entregar tu vida, tu juventud y tus sueños.
Supongamos que no conquistaste lo que siempre anhelaste, una esposa, dos hijos, una casa con amplia cochera para dos autos, un patio grande para que juegues con los niños, un perro, vacaciones dos veces al año, un sueldo que te permite pagar seguro médico de gastos mayores, tanto que te alcanza para comprar cuanta porquería venden con la etiqueta de novedoso (tanto y tanto para tan poco en las manos).
Tanto para que tu esposa te odie y te engañe con tu mejor amigo, tanto para que a tus hijos no los conozcas, y no sepas que van en un viaje directo y sin escalas al infierno porque nunca supiste decirles te quiero.
Tanto para que tu casa sea un edificio que se cae a cachitos donde tú eres el único pilar que se sostiene porque evade el temblor, tus coches sean el premio de tu hipócrita vanidad, tu jardín esté seco por años de olvido y sólo sirva para levantar el polvo que seca aún más tus deteriorados pulmones.
Supongamos que no has basado tu felicidad en el reflejo de los otros. Supongamos que no te extingues con tu décimo tercer cigarrillo del día. Supongamos que no duermes hecho bolita para sentirte protegido como la única vez en tu vida, en el vientre de tu madre.
Supongamos que te perdiste en la vida pero hallaste a bien considerar el camino, ese que te llevaba a donde ahora mueres. Esquina bajan. Supongamos que no eres lo que aparentas ser: un hijo de puta con cara de malo. Huy que malo.
Supongamos que no bebes tu segunda botella de wiskey del día. No eres tú quien vomita para sus adentros el estofado del día con mezcla de alcohol y barbitúricos. Supongamos que no eres la puta a quien le pagas para que te diga te quiero, todo para lograr una erección. Supongamos que no eres tú quien amanece de un insomnio prolongado (cuatro días ya te suenan una exageración) supongamos que no sueñas con estar muerto y despiertas queriendo regresar a tu letargo.
Supón que aún amas, que te atreviste a amar, dejaste tus miedos de adolescente al lado y el miedo a que te lastimarán para sentir (una vez en tu mugre vida) supón que te entregaste a tus sentidos. Tu vista, tu tacto, tu olfato, tu oído, tu gusto se unieron para proferir un te amo, sin miedos y sin reservas, todo para decir ¡qué chingón es estar vivo y sentir esto que siento!
Supongamos que no eres ese dolor que te hace retorcerte en el suelo. Supón que no eres tu úlcera gástrica que revienta por años de olvido. Supongamos que esa sangre negruzca que hiede a muerte no es tuya. Supón que no pierdes la vista, mejor dicho, supón que no la perdiste, supón que las cataratas que te pesan y carcomen no son las lagañas que te quitas cada mañana.
Supongamos que no guardas en la gaveta izquierda del librero central de tu sala un arma, para ser exactos una magnum calibre treinta y ocho, supongamos que no está siempre cargada, porque la idea original al poseerla era vaciarla en tu cabeza un día de estos.
Supón que este juego enfermo de suposiciones no encajó en tu vida porque en ninguna de sus posibilidades te sentiste identificado, supón que esta miseria jamás te pasó por la cabeza. Supongamos que tú eres la flor de loto que crece entre el agua contaminada y que ni tu sonrisa, ni tus pasos tocan esa devastación.
Supón que no alcanzan las palabras para decir lo que sientes, y ante ello haces lo que cualquier mortal haría: te aferras a la mano de quien amas y le pides te rescate de esa monserga, porque hoy como siempre eso que tienen, tal vez sea lo único que te da esperanza.
La esperanza pérdida. La esperanza anhelada. La esperanza siempre fugaz. La esperanza traicionera. La esperanza que te dice que no. La esperanza fracturada. La esperanza inquisidora. La esperanza que se pudre. La esperanza alcoholizada. La esperanza de los dos. La esperanza de Dios. La esperanza que te dice adiós. La efímera esperanza.
Supongamos que este es el día en que ganas todo lo que te falta porque estás dispuesto a perder todo lo que tienes.
Fin
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