En la calle de la Amargura andaba con un pie por delante y uno por detrás, eran las seis de la mañana, mucho antes de desayunar, mientras caminaba me puse a pensar si era posible que mis pies me llevaran sin que mi cerebro interviniera de más, trataba de no poner atención en aquello que me diera dirección para ver qué tan lejos  llegaba sin ningun tropezon.

Antes de las tres había ya llegado a un tren con destino a la Terquedad, que me resultaba familiar aquel destino tan peculiar, al subir al tren encontré tres triadas de vagones, a diferencia de las triadas de Pierce estas no eran eternas, por lo que con tristeza no me pude sentar sola, frente a mi se encontraba una niña con trenzas, engarruñadas tenía las faldas y endurecidas las  cejas blancas, refunfuñando por lo aburrida que se encontraba, a su mamá nada más la hacía  encabronar, supuse que su destino final era en efecto la terquedad.