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La luna se pinta de negro.

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Hace muchos años, en lo profundo de la selva azteca, vivía una tribu que adoraba a los dioses antiguos. Cada luna llena, los miembros de la tribu se reunían en un altar de piedra para ofrecer sangre y sacrificios a sus dioses.

Sin embargo, un día, la tribu recibió una visita extraña. Un hombre vestido de negro y con un rostro sombrío se acercó al altar de piedra y les habló de un dios más poderoso que los suyos. Ofreció hacerles ricos y poderosos, pero solo si renunciaban a sus dioses antiguos.

Al principio, los miembros de la tribu se mostraron reacios, pero poco a poco, comenzaron a ceder a las promesas del extraño. El grupo se dividió en dos: aquellos que deseaban adorar a los antiguos dioses y aquellos que estaban dispuestos a probar los nuevos.

Pronto, los seguidores del dios oscuro comenzaron a difundir rumores extraños. Decían que el dios estaba enojado porque no se le ofrecían suficientes sacrificios y que la única forma de calmarlo era ofrecer un sacrificio humano muy especial.

Los días pasaron y, en la noche de la próxima luna llena, los seguidores del dios oscuro se llevaron a un niño de la tribu. Lo sacrificarían al dios oscuro como ofrenda para aplacar su ira.

Pero lo que no sabían era que, en la oscuridad de esa noche, el niño había desaparecido misteriosamente. Nadie vio nada. Solo se escuchó la risa maníaca de un hombre delgado y alto, vestido de negro, que se burlaba de ellos desde la selva.

A partir de ese día, extrañas cosas comenzaron a suceder en la tribu dividida. La gente desaparecía misteriosamente en la noche, y se encontraban restos de sacrificios humanos en los rincones más oscuros de la selva.

La tribu entendió tarde el error que habían cometido al renunciar a los dioses antiguos y adorar a uno que no conocían. El hombre vestido de negro había engañado a los seguidores del dios oscuro, quien resultó ser el famoso dios azteca Tezcatlipoca, también conocido como el Espejo Humeante.

Tezcatlipoca no se contentó con la sangre y los sacrificios ofrecidos por los seguidores del oscuro en su nombre. Ahora, se había vuelto voraz e insaciable en su hambre de sangre y sacrificios humanos.

La tribu se unió de nuevo para luchar contra el dios oscuro, pero fue en vano. El dios azteca los había abandonado en el momento en que deshonraron a sus hermanos y dejaron de adorar a los antiguos dioses.

Hoy en día, la leyenda dice que si visitas la selva azteca en noches de luna llena, puedes escuchar los gritos de las víctimas sacrificiales mientras el dios oscuro sigue sin satisfacer su hambre. Así que, si piensas aventurarte en la jungla, asegúrate de no encontrarte con el hombre vestido de negro y recita una oración al dios azteca antes de adentrarte en las profundidades de la selva.