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El Olor de la Muerte

Klimt

Solía pensar que la flor de cempoalxóchitl tenía el olor de la muerte pero me equivoqué, el olor de la muerte llegó a ella al igual que a todos nosotros en algún u otro momento a lo largo o corto de nuestras vidas.


Entra rápidamente en nuestro sistema, perfumándonos con su característica melancolía, bañándonos en el recuerdo y sumiéndonos en esa impotente certidumbre que solo se tiene cuando pierdes algo que amas.
Entra por las ventanas, se desliza por el gélido suelo, recorre lentamente el cuerpo de los presentes desde las plantas de sus pies hasta sus ojos donde termina por liberarse en llanto; se pega en los muebles, en los artículos del difunto, en la frente de los afligidos y les acompaña a donde sea que caminen.
Porque la muerte más allá de ser un ente o conepto, es un olor.
Es el olor de todos los besos no dados, las palabras no pronunciadas y las piezas inconclusas, los caminos sin recorrer, las tazas de café a medio beber, es el olvido, el oblivion y la involuntaria tabula rasa.
Porque este es un olor que no nos deja dormir y que cuando estamos despiertos no nos deja estar, ojalá algún día nos dejara, nos soltara y se desvaneciera tan rápido como el aliento en un cristal, pero este olor se queda con nosotros, se deja vestir de otras fragancias y sensaciones, haciéndose más y más pequeña conforme los días pasan, los colores vuelven a recobrar su brillo y los sonidos dejan de ser distonías aisladas pero aún así hay noches donde el olor nos llena el alma de nuevo, ese maldito olor que cae gota a gota sobre nuestro corazón pegándose en los muebles, recorriendo todo nuestro cuerpo hasta regresar a unos ojos ajados y cansados.
Con esta noria sempiterna nos asemejamos a un Prometeo indefenso e inmóvil que tan solo espera al siguiente día para ser destrozado por cuervos, no me malinterpeten, sé que no somos titanes desinteresados y bondadosos, pero afrontamos esto de las penas de una manera similiar, atados con inquebrantrables cadenas al cerro de nuestro pesar y a la impotente espera de un olor que nos venga a destrozar al amanecer, la cosa es que Prometeo lo volvería a hacer aún conociendo su destino y nosotros como humanos volveríamos a amar tanto a alguien aún sabiendo que eventualmente ese olor tatuará nuestros ojos y quebrará nuestras manos, porque ese olor es parte nuestra devoción e interés por alguien y lo vale cada momento, podemos dejar que los cuervos regresen cuantas veces gusten porque tendremos las noches para recuperarnos.