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El metro revistado

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Por Carla Valdespino Vargas

Viajar en metro puede ser una reflexión sobre la existencia misma, existencia que transcurre dentro de sus vagones, pues la gente lee/come/duerme/besa/platica/se maquilla/se peina/vende/compra... vive. Es difícil no visualizar todas las historias que se van tejiendo en los vagones, desde las declaraciones de amor hasta las protestas contra el gobierno.

En diciembre de 2018, me topé con un libro El metro revisitado. El viajero subterráneo veinte años después escrito por Marc Augé, antropólogo francés. Es un libro editado en español por Paidós en 2010. Es pequeño, de apenas 12cm por 17cm, con un total de 109 páginas. Sus pastas duras color negro están vestidas con una camisa en fondo blanco y con las líneas del metro de París impresas en tonos grisáceos. El título y nombre del autor resaltan en un cuadro con márgenes amarillos, las guardas son también del mismo tono amarillo. Como objeto, el libro es bello, invita a tocarlo, a (h)ojearlo hasta que finalmente nos encontramos leyendo sus palabras sobre el metro de París.

La lectura de este texto me hizo adentrarme más en mi reflexión sobre el metro, sobre las vías- arterias que trazan una ciudad por debajo de la CdMx. El metro es como el inframundo: debajo de la tierra hay otro mundo, en donde la vida misma pueda cambiar, en donde podemos renacer o perdernos por completo. Es el espacio donde todo el mundo se cruza con todo el mundo, lo que resulta una de las experiencias más exquisitas del ser humano, el encuentro con el otro.

Desde la perspectiva de Augé, el espacio público es el lugar donde se forma la opinión sobre todo aquello que nos rodea y del gobierno. De esta manera, las calles, los semáforos, el metro son los sitios donde se ve y se vive la carga y el peso de lo cotidiano, los problemas de la pobreza, el dolor y la injusticia: los niños sin zapatos subiendo a los vagones con una nota en la mano para pedir dinero, por poner sólo un ejemplo.

Augé afirma que para mitigar ese peso se recurre a la eficacia del transporte, a su estética y comodidad; pero es posible que en México no se pretenda paliar la pesadez de los problemas sociales que engloba el metro o el país entero, pues muy al contrario de lo que sucede en el metro de París, la falta de un buen servicio, estaciones olvidadas, sucias son como un esfuerzo por convertir la carga del mundo cotidiano en un lastre imposible de borrar. Es como si los pobladores no fueran importantes, como si se deseara castigarlos, entonces, el viaje en metro se convierte en el alimento de una depresión social y las vías-arterias dibujan una geografía sin retorno... sin esperanza.