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Montecarlo sigue apostando por la creación

 

La fiesta de la danza en Montecarlo no se detiene prácticamente en todo el año. De una manera o de otra, la revitalización emprendida en el pequeño estado de la Costa Azul ha dado sus frutos y estación tras estación, año tras año, se afianzan actividades que se han vuelto orgánicas y que convierten el sitio en una cita obligada para el sector del ballet y la danza contemporáneos. El verano es una de estas ocasiones que ya tiene carta de naturaleza monegasca. En 2017 el asunto empezó con una nueva actividad inédita que llega con voluntad de quedarse, de repetirse anualmente: la fiesta del 1 de julio, donde todo el principado se vuelca en una serie de actos vivos y abiertos donde se baila y se experimenta con el arte de Terpsícore; ahora, hoy sábado 22, este festival veraniego se cierra con la última función del programa doble con los ballets creados por Jeroen Verbruggen y Sidi Larbi Cherkaoui, que se ofrece a teatro lleno en la espléndida sala Garnier, el coliseo que comparte escalera con el famoso y legendario casino de la ciudad, aunque a leyendas, el teatro no se queda a la saga: el pedigrí de Garnier abarca hasta Diaghilev y Balanchine, un sitio lleno de magia e historia que justifica en sí mismo el esfuerzo porque la danza teatral siga siendo el eje promisorio de la invención escénica.
Jeroen Verbruggen (Bélgica, 1983), que ya aparece en el elenco de Montecarlo como coreógrafo residente, lo que no es un asunto baladí, plantea “Massâcre” como un auto sacramental laico e irreverente; hay cardenales con ligueros purpurados, monjas poseídas y diáconos disolutos mezclados sobre una música también irreverente y poco elaborada que se inspira a tiempo de jazz directamente en la versión para dos pianos de “La consagración de la primavera”, dentro de un ambiente violento, ritualizado hacia el sacrificio, con lo que retoma el motivo original de Stravinski y sobre todo, con una voluntad escénica muy destructiva del orden a través no del caos, sino de una representación episódica del rito. Ha pasado tiempo desde aquel “Kill Bambi” (2012) con que el Jeroen Verbruggen quería comerse el mundo. Su maduración está siendo lenta y no puede eludir un instinto de acumulación y superposición de materiales.

Sidi Larbi Cherkaoui (Amberes, 1976) se muestra más cauto en “Memento Mori”, que cuenta con una escenografía espectacular del arquitecto Amine Amharech y sobre una música bastante intrascendente crea su cuadro coral, bastante oscuro, pero fluido y buscando unos efectos plásticos que se entroncan a su estilo de siempre. Es muy evidente que Sidi Larbi Cherkaoui está trabajando en un código que no es el suyo propiamente, con las bailarinas sobre zapatillas de punta y chicos virtuosos en sentido estricto de ballet; ya antes había hecho dos ballets más aquí en Montecarlo, y eso le ha dado cierta familiaridad con la compañía. Mientras Verbruggen está en su terreno, Cherkaoui debe adaptarse.

Probablemente dentro de estas dos lujosas y magnificentes obras de creación se oculten dos buenos ballets, una cosa así no puede asegurarse, se sugiera a tenor de lo visto; ahora duran cada uno alrededor de 40 minutos (la previsión alcanzaba sobre el papel los 50 minutos, pero parece que, en los ensayos, se atendió a la evidencia de tener que acortar el metraje) y ambas piden a gritos que se ponga en funciones la bien llamada tradicionalmente en el ámbito del ballet “tijera de oro”. Es decir: ser, a conciencia, inclemente con el producto, con la idea rectora de que no se puede nunca aburrir al espectador con reiteraciones visuales, repeticiones no justificadas de las estructuras o intentos de que el efectismo sustituya a los elementos propios de la creación, sus materiales formales. Ya se sabe que esto es una tendencia del mundo coreográfico de hoy. En este caso, tanto Verbruggen como Cherkaoui no tienen que demostrar que poseen un talento en flor, que podría estar en su momento de cristalizar estilo y maneras; los dos, cada uno en sus cauces, han sido hombres de éxito probado, y ambos también han pasado por este ballet de Montecarlo donde generosamente su director artístico, el francés Jean-Christophe Maillot, ha puesto a su disposición amplios recursos y una plantilla de primera línea tanto en lo técnico como en lo artístico.
Tomado/robado de "el país"