A • Letras

María (Primera parte)

Maria

Su nombre era María y vivía junto a su madre en un poblado incrustado entre los montes de la sierra huasteca; su casita era redonda, estaba hecha de adobe y su techo de palmas, zacate y juncos secos. Dentro tenían un par de petates, un telar, un fogón y mucho frío; no poseían gallinas ni puercos, pero tras la barda de piedras y huizaches que rodeaba su pequeño hogar tenían una veredita que conducía al río.

La mamá de María cocinaba por las mañanas, lavaba por las tardes y tejía por las noches; sus manos estaban rajadas, al igual que sus pies pero su sonrisa no estaba rota y era tan brillante y dulce que rivalizaba con la luz de la propia luna; María y su madre tenían los cabellos del color de la noche, lacios y suaves como el hilo del telar y largos como las víboras limpia campos, cada que los rayos del sol atravesaban la niebla, ellas -como si fuese un ritual -los trenzaban fuertemente y los amarraban con sus listones de colores; cuando el gallo de Doña Gude cantaba se ponían prestar pa trabajar: que el nixtamal, que las tortillas, que el café y los frijoles; luego la canasta de ropa pa lavar y mientras la mujer blanqueaba los trapos en el río, la pequeña María guardaba los rebozos, las servilletas y los mantelitos que durante la noche tejía su madre entre el costal pa regresando se fuera a venderlos al mercado.

Cuando la noche caía y la mamá regresaba solo restaba cenar y tejer; mientras tejía, la madre cantaba y con su canto arrullaba a la pequeña María…

Hay no chocani, chocani chocani yen yalla iban naxca

A pesar del cansancio y el trabajo diario de ambas, María y su madre tenían un día de fiesta, justo cuando venía a verlas el papá de la pequeña niña: la noche en que los difuntos regresan.

El papá de María había muerto tres años atrás mientras cargaba de leña a su mula; había llovido muy duro esa temporada y la mitad de un cerro se les vino encima; esa mañana lluviosa y fría, tanto María como su mamá se quedaron solas. Y aunque los hombres del pueblo buscaron durante días enteros el cuerpo del buen hombre y su mula, jamás pudieron hallarlos; María dijo que no importaba, de todos modos, su papito estaba en la tierra y su tumba era tan grande que sin duda estaría cómodo en ella.

La madre de María enterraba una bolsa de cuero debajo de su petate, misma que llenaba poquito a poquito durante el resto del año para comprar lo necesario para la ofrenda de su marido. María trabajaba duro junto a ella pa que su papá no pasara hambre ni sed la noche en que regresaba con ellas; no pedía ni ropa, ni huaraches, ni los juguetes que tenían los ricos del pueblo.

Conforme la fecha se acercaba, la madre de María regresaba del mercado con algo para el altar: velas, jarros o platos de barro que ponían sobre un huacal o macetas con flores de cempasúchil que la pequeña regaba sin falta cada mañana después de salir de la cama.

Una tarde mientras la madre bajaba hacia el mercado pa entregar sus encargos, María salió de su casa pues escuchó ruidos extraños; primero pensó que eran truenos, pero no eran tan grandes, luego pensó que eran cohetes, pero sonaban más fuerte. Mientras María caminaba por la veredita sintió que algo le golpeo el pecho, estaba segura de que había sido una piedra, pero dolía más; la pequeña cayó a la tierra mientras su cuerpecito ardía. María no sabía que le había golpeado, pero si sabía que dejaría solita a su mamá y con este pensamiento en la cabeza, la pequeña se quedó mirando tristemente hacia los montes hasta que algo llamó su atención:

Continuara...

 

- Paola Klug

 

Aquí la sgeunda parte