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Banalidades

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Llegó tarde, como siempre.

Ya no era posible la armonía. Las cosas

se volvieron banales, la vida, la escritura,

sobraron todas. Se echó a mi lado, me abrazó,

y fue entonces cuando percibí en él un olor

especial. Me estremecí, olí otra vez, quise

comprobarlo, el olor no se iba. Estaba claro.

 

Me dieron náuseas, salí corriendo

al baño. Trataba de tomar aire por

la ventana abierta, todo daba vueltas.

Era un olor masculino.

Volvieron los años de los que

huía. ¿Era ese olor el suyo?

¿Cuándo apareció? ¿Lo tenía antes?

¿O pertenecía ese olor suyo a otro

hombre? No me siguió, no llamó a la puerta.

Con ese olor se quedó al otro lado, muy lejos.

Y yo aquí tiritaba de frío, encerrado, en

el suelo. Fue inútil. me alcanzó

la rápida mano de mi padrastro, masculina,

mi cabeza salió volando. Después,

siempre que mi padrastro se acercaba,

yo me apartaba. Aunque su mano estuviese lejos.

Ya sólo el olor bastaba.

 

No era posible

extinguirlo de la casa. Rehuía

a los hombres. No me gustaba su

mundo. ¿A cuál de los mundos debería

pertenecer, de todas formas? ¿Desprendía

yo acaso un olor masculino cuando pegaba?

Y cómo duele ahora. ¿Qué hago, abro la puerta,

lo lavo a él? ¿Es eso posible? ¡O extiendo mis sábanas

en otro lugar, tratando de dormirme sin él?

 

- Brane Mozeti